Pese a que ya hace tiempo que sus obras han dejado de ser populares, Henri Bergson fue uno de los filósofos más peculiares e interesantes del siglo XX. Es uno de esos pensadores bisagra que pendulan entre períodos históricos. Su trabajo pretendía escapar de las formas hegemónicas de entender la realidad de principios del siglo XX marcadas por el racionalismo y el positivismo para dar paso a un mundo más fluido y marcado por flujos de energía. Para el positivismo todo podía ser explicado desde la razón y debía demostrarse a través de experimentos verificables. Para escapar de este modelo mecanicista, Bergson se embarcó en un fascinante viaje que le llevó a explorar la importancia de la intuición como forma de conocimiento, a ahondar en la creatividad como herramienta de transformación y a fascinarse por el funcionamiento del “élan vital”, la energía creadora que aparentemente todos llevamos dentro y que permite que la materia vaya cambiando. En ese sentido, es de los primeros pensadores occidentales que recoge tradiciones de pensamiento no europeas e intenta combinarlas con la metafísica de la época.
Una de sus grandes inquietudes se centra en torno a cómo se relaciona la memoria con la materia. Por memoria entendemos la capacidad de conocer, recordar y actuar; y por materia entendemos la realidad material con la que interactuamos en todo momento. Para Bergson la materia siempre está cargada de algún tipo de energía que al entrar en contacto con el cuerpo, impacta sobre nuestra capacidad de percepción. La luz, el sonido, la temperatura, etc. percuten, o como él dice, afectan a nuestros sentidos que traducen estas percepciones en imágenes. La realidad material se traduce en un sistema de representaciones que se almacenan en nuestra memoria. De esta forma nos relacionamos con el mundo material como si fuera una combinación de imágenes que procesamos y con las que interactuamos. Estas imágenes se almacenan en la memoria y tiramos de ellas cada vez que nos encontramos frente a un objeto material, frente a una nueva situación. Como nuestros cuerpos son perezosos, en muchas ocasiones frente a un árbol, una bombilla o la cara de una persona, tiramos de la imagen que ya teníamos guardada de los mismos para ahorrarnos energía psíquica. Para evitar que estos objetos nos vuelvan a afectar. Dejamos de percibir y frente la materia, tiramos de los recuerdos que ya habíamos generado. Así ese mundo material en constante transformación se hace un poco más estable, más fácil de gestionar.