Resumen del libro “Cuestión de materia” de Karen Barad, Holobionte Ediciones, 2023
VV.AA: Pasos hacia una perspectiva ecológica de las artes y del diseño
Resumen del libro “Pasos hacia una perspectiva ecológica de las artes y del diseño”, escrito por Serafín Álvarez, Lúa Coderch, Tim Cowlishaw, Cecilia de Marinis, Mariona Moncunill-Piñas, Mafe Moscoso, Ramón Rispoli y Jaron Rowan. BAU Ediciones, 2024
Laura Macaya y HAMACA: Conflicto no es lo mismo que abuso
Resumen de la publicación “Conflicto no es lo mismo que abuso”, conversación entre Laura Macaya y HAMACA, Barcelona 2024.
Latour y Schultz: Manifiesto Ecológico Político
Resumen del libro “Manifiesto ecológico político” de Bruno Latour y Nikolaj Schultz. Siglo XXI Editores, 2023
Alva Noë: The Entanglement
Resumen del libro The Entanglement: How Art and Philosophy Make us What We Are, de Alva Noë. Princeton University Press, 2023
Matthew Fuller and Eyal Weizman: Investigative Aesthetics
Resumen del libro Investigative Aesthetics: Conflicts and Commons in the Politics of Thuth, de Fuller y Weizman. Verso Books, 2021
Jane Bennett: Materia Vibrante
Resumen del libro Materia Vibrante: Una ecología política de las cosas, de Jane Bennett, publicado por Caja Negra, 2022
Terrenos aliados: clima, trabajo y estética
El pasado mes de octubre tuvo lugar en Berlín el taller Allied Grounds organizado por Berliner Gazatte, en el que activistas climáticos, sindicalistas, artistas, agentes culturales y académicos/as nos juntamos para reflexionar y debatir en torno a los efectos y consecuencias políticas del cambio climático. Durante tres días de trabajo intensivo, y con el objetivo de explorar estos “terrenos aliados” que preconizaba el título del encuentro, se abrió el reto de cooperar y aprender de personas procedentes de diferentes contextos sociales, culturales y ámbitos geográficos dispares. En una suerte de mini-cumbre del clima organizada desde abajo, se imaginaron y prototiparon alternativas e iniciativas para hacer frente a una realidad compleja y con consecuencias muy dispares. El encuentro se articulaba bajo una hipótesis interesante: todas y todos somos “trabajadores climáticos”. Es decir, nuestros hábitos de consumo, estilos de vida, regímenes de producción, formas de organización social, etc. contribuyen de diferentes maneras y escalas a producir una cosa llamada “clima”. Con esta idea, y como escribe Max Haiven, nos instaban a iniciar una investigación colectiva en torno a “la dimensión ecológica del trabajo y los medios de producción como herramientas que están al servicio de la producción del clima”. De esta forma el clima no se presentaba como un fenómeno natural externo a la actividad humana sinó como una realidad interdependiente de los modelos de producción y formas de vida desarrolladas en la tierra.
Esta hipótesis, que busca escapar de sentimientos de culpa personales o la sensación de impotencia individual, parte de la premisa de que el auge del capitalismo como modelo hegemónico de organizar la producción y la cooperación social tiene una consecuencia clara: la crisis climática que está poniendo en jaque la vida en el planeta tierra. El capitalismo funciona a base de extraer beneficios a través de abaratar la vida humana y los recursos naturales. Para conseguirlo pone en riesgo la existencia de humanos y no-humanos que ven cómo se complica el acceso a recursos básicos. En este contexto han proliferado modelos de producción extractivistas que saquean entornos medioambientales, colapsan recursos y agotan precipitadamente formas de vida. De esta forma la idea de trabajo y sus formas de organización tienen consecuencias directas sobre el medio en el que vivimos y por ello están estrechamente vinculados a los fenómenos climáticos que nos asolan.
Desde esta premisa, entender el cambio climático como una consecuencia de la organización del trabajo, se hace evidente la necesidad de integrar las luchas sindicales con las demandas medioambientales. Entender que las migraciones causadas por la desaparición de recursos son consecuencia de las políticas de producción que han sostenido el desarrollo económico de ciertos países. Que muchas crisis sociales se están agudizando debido a los problemas derivados de la falta de acceso a agua, alimentos o recursos. Es decir, como ya intuyeron los ecofeminismos y movimientos ecologistas del Sur Global, se hace necesario considerar la interdependencia de las luchas por dignificar y mejorar las condiciones laborales con el derecho a la migración de refugiados climáticos. Los proyectos de recuperación de entornos medioambientales con los procesos de recuperación de fábricas. Los proyectos horizontales y sostenibles que buscan recuperar modelos de producción de alimentos con las iniciativas por desprecarizar las vidas de las personas. Es decir, pensar modelos de transición ecológica que no ahonden en las desigualdades económicas presentes sino que puedan articularse desde una perspectiva de clase. Clima, trabajo y vida son realidades que no se pueden separar.
Recientemente en una conversación entre Yayo Herrero y Rubén Martínez se debatían y ahondaban en las razones por las que tradicionalmente los sindicatos no se han presentado como grandes aliados de las luchas medioambientales. En parte esto es debido a que cuando nació el sindicalismo la concepción del planeta como una fuente inagotable de recursos aún no estaba muy presente. La importancia de acercar estos ámbitos de transformación, el trabajo y el medioambiente, se está haciendo cada vez más evidente. La aparición de figuras retóricas como la de “trabajadores climáticos” sirve para detonar esta necesidad y abrir la reflexión en torno a cómo se pueden integrar proyectos que nacen de necesidades diferentes pero que en la actualidad están cruzadas por el mismo problema. Medioambiente, clase, desigualdad. Paradigmas que especialmente en el Norte Global se han trabajado y combatido por separado pero que en la actualidad se nos presentan como problemas densamente imbricados. Que nos obligan a pensar en solidaridades más-que-humanas. Que nos obligan a pensar nuevos relatos y estrategias de trabajo que articulen y enreden realidades que hasta ahora se percibían distintas.
Como humanos, tenemos un conjunto de capacidades epistémicas que son inherentemente limitadas. Operamos bajo un marco de comprensión de la realidad heredado de la ilustración que ha forjado y definido la modernidad europea. Este marco tiende a fragmentar el mundo en categorías y lo analiza a través de disciplinas de conocimiento que a menudo carecen de compatibilidad. Hemos internalizado formas de pensamiento que separan a las personas de las cosas, perpetuando una dicotomía entre la cultura y la naturaleza, lo humano y lo no humano, lo racional y lo sensible, y los objetos de los datos que generan. El capitalismo y sus formas de funcionamiento internalizan y operan sobre este modelo. Normaliza y opera sobre modelos de pensamiento que consideran que comprender implica ejercer dominio. Hemos llegado a creer que el conocimiento es una forma de controlar el mundo. Sin embargo, estamos comenzando a despertar de la euforia generada por la Ilustración y la idea de que todo podía ser conocido, explicado y dominado. Ahora nos encontramos en la resaca de la modernidad, donde empezamos a comprender que el mundo en el que pensábamos vivir, basado en una visión causal y determinista, es en realidad mucho más complejo, incierto y raro de lo que habíamos imaginado. Habitamos la resaca de la euforia desatada por el desarrollismo y extractivismo, con la consiguiente idea de crecimiento económico ilimitado.
El humanismo ha situado una idea muy particular de lo humano en el centro de todas las cosas. Todo el pensamiento post-ilustrado ha puesto al mundo en relación a ciertos seres humanos, generando con ello relaciones de poder piramidales que aún estamos intentando deshacer. Se ha definido un mundo cuál escenario que ciertos sujetos pretendían dominar y explotar a su antojo gracias a la constelación intencionada entre la razón instrumental, el capitalismo y el determinismo tecnológico. Como si el sueño de Bacon y su nuevo órgano se hubiera hecho realidad, los humanos hemos heredado la ficción de estar ligeramente por encima del planeta que habitamos. Como si nuestra capacidad de entender nos elevara sobre el mundo que estamos haciendo inteligible. La ontología, es decir, la pregunta sobre lo que somos, parecía poder ser respondida sin tener en cuenta el mundo material en el que vivimos y que nos atraviesa de múltiples maneras.
En nuestro imaginario colectivo se ha fraguado la idea de la independencia del sujeto del medio que habita. La gran disociación colectiva. Cuál “hombres de Vitrubio”, se pensaba que la realidad tenía que estar diseñada a nuestra medida. Esta ontología centrada en el sujeto nos ha hecho sentir poderosos, especiales y excepcionales, llevándonos a pensar que el mundo de los objetos que nos rodea estaba y estaría siempre a nuestro servicio. Se creía que los modos de vida extractivistas derivados de esta forma de entender la realidad podrían continuar indefinidamente. Se creía que el mundo y sus elementos, como animales, plantas y otros objetos, siempre estarían a nuestra disposición. Es en este contexto, si queremos crear nuevas formas de alianza y de cooperación para combatir a un problema ingente y complejo en el que es imprescindible explorar ontologías otras. Relacionales. Descentradas. Más-que-humanas. Creativas y raras. Esto obviamente debería concretarse a través de nuevos modelos de producción-vida en la tierra.
El arte y las prácticas culturales tienen un papel a jugar en este proceso, como sostiene con elocuencia Pierre Charbonnier, “para que una realidad exista primero debe ser representada”. En términos parecidos escribe Jaime Vindel que los imaginarios culturales “han jugado un papel activo en la configuración de las cosmovisiones industriales. El despliegue de la modernidad fósil entrañó una dimensión específicamente estética y cultural que no se puede reducir a los aspectos metabólicos y sociopolíticos que condicionaron el nuevo modo de producción”. Lamentablemente gran parte del arte y de la producción cultural siguen centradas sobre sí mismas. Están al servicio de perpetuar imaginarios de clase media aspiracional en los que en ocasiones opera la culpa pero nunca la rabia. En los que se puede hablar de sostenibilidad o decrecimiento pero nunca de sabotaje o de anticapitalismo. El arte contemporáneo y gran parte de las prácticas culturales, en lugar de ayudar a enredar, a crear nuevas cosmovisiones y marañas, siguen estando al servicio de crear relatos evasivos o catrastrofistas. Ahondan en imaginarios emotivistas y particularistas que no hacen más que centrar más al humano sobre sí mismo. En ese sentido fomentan a que aumente la eco-ansiedad y no a vislumbrar nuevos espacios y formas de conflicto capaces de vincular trabajo-medio-subjetividad y vida.
Sostiene el filósofo Timothy Morton que el arte en muchas ocasiones puede y debe devenir una forma válida de conocimiento. O por lo menos igualmente válida que las ciencias sociales, humanas o naturales. El arte nos ofrece formas de acceso al mundo fenoménico que pueden complementar y enriquecer nuestra comprensión de la realidad. En ese sentido nos invita a explorar las verdades parciales que pueden arrojar las experiencias estéticas de la realidad. Nos invita a escapar del alarmismo y de la culpa que impregna gran parte de los discursos en torno a la crisis climática. Desde esta perspectiva Morton, para hacer frente al problema climático, nos invita a dejar de enredarnos en un mundo de datos, de estadísticas, de la objetividad y del pensamiento crítico, para vincularnos con el mundo desde lo sensible. Desde el arte. Cuando los estudios, informes y diagramas estadísticos que han aportado con rigor y exactitud las entidades científicas no logran movilizar ni transformar nuestras perspectivas, debemos pensar en otros relatos e imaginarios para sentar las bases para estos terrenos aliados. Fortalecer los cruces entre arte y ciencia. Entre saberes heterogéneos. Por ello el filósofo nos invita a aprender a habitar un mundo que se abre y escapa cada vez que intentamos aprehenderlo. A crear nuevos lenguajes e idiomas que faciliten nuevas articulaciones. Que nos permitan sentir y atender a aquellas voces y lamentos que no hemos podido percibir hasta ahora.
Esto nos llevará irremediablemente a aprender a percibir temporalidades más-que-humanas. A sintonizar con los mundos que están por venir. A entender ciclos y fenómenos que escapan a los tiempos humanos y nos sumergen en magnitudes descomunales. Al fin y al cabo, para Morton, conocer es casi sinónimo de sintonizar. De aprender a abrirnos y dejarnos afectar por los objetos que nos rodean. Para el autor, el arte nos ayuda a devenir mundo. Pinchando la burbuja del excepcionalismo humano, podemos reconocer que siempre fuimos parte de un mundo más-que-humano. El arte desde esta perspectiva no es idealista sino una práctica profundamente materialista. Nos obliga a sintonizar, reconocer y vincularnos con el mundo que siempre fuimos. Aun así, gran parte de la producción artística o cultural contemporánea está centrada en el repliegue del sujeto sobre sí mismo. En lugar de contribuir a descentrar el humano lo sigue reificando en la excepcionalidad y singularidad. Sigue creando narrativas e imaginarios en los que el humano está por encima de las cosas.
Pese a la complejidad que supone, encuentros como el reciente Allied Grounds nos obligan a horizontalizar saberes. Nos invita a buscar estos espacios de alianza entre campos de trabajo, activismo y lucha que se han considerado distintos. Nacen con el objetivo de crear espacios de cooperación inter-lucha, inter-disciplina, inter-clase. Pese a la dificultad que supone, este tipo de encuentros ponen en diálogo perspectivas y formas de activismo diferentes. Si todas y todos somos trabajadores climáticos, es importante pensar en qué formas de organización, que estrategias y qué imaginarios de deseo se pueden construir de forma colectiva con el fin de hacer frente a las consecuencias de los modelos de producción hegemónicos. Cómo creamos relatos que vinculan los modelos de producción con las consecuencias climáticas sin hacerlo y sin basarlos en la responsabilidad individual. Cómo escapar de la creencia que el mercado o las nuevas tecnologías van a encontrar soluciones rápidas y efectivas a los problemas que han contribuido a crear. Cómo pensar estrategias de transición verde desde una perspectiva de clase. Cómo hacerlo sin que el precio real de la transición lo paguen países pobres o quienes ya están sufriendo las consecuencias de los modelos de explotación extractivistas y coloniales. Cómo hacerlo sabiendo que la coalición de aliados para hacer frente a esta coyuntura ha de ser amplia y heterogénea. Cómo hacerlo evitando el fuego amigo. Cómo hacerlo para que cuando gritemos, “trabajadores climáticos ¡uníos!”, no nos dejemos a nadie atrás. Que nada ni nadie se quede fuera. Tanto a humanos como a no-humanos. Tanto a los que se parecen a nosotros como al mundo más-que-humano del que siempre fuimos parte.
Climate Production Anyone? Why We Need to Be Collaborating on Everything, Everywhere, at the Same Time
Article originally comissioned by Berliner Gazatte: https://berlinergazette.de/why-we-need-to-be-collaborating-on-everything-everywhere-at-the-same-time/
We live in an unprecedented historical moment. As a species deeply entangled in the world we have shaped as much as it has shaped us, we face a set of problems and challenges that are unprecedented in scope, scale, and complexity: Mass extinction of species, forced migrations, resource depletion, pollution of rivers and waters, unequal concentration of wealth, loss of biodiversity, political polarization, proliferation of microplastics, growth of fascism and extremism, spread of new forms of mental illness and civil unrest, extreme climate events, ocean acidification, precarization of work and life, to name just a few of the most notable trends. Many of these problems appear to be closely interrelated and interdependent, yet we face them separately. We have inherited a set of world views and epistemic categories that seem inadequate to face the present moment.
Paradoxically, in the face of the acute need to articulate forms of organization and struggle, we seem to lack political imagination. Despite the multiplicity of resistance movements and the sporadic creation of strategies and spaces from which to articulate conflicts and unrest, the years of exposure to a neoliberal regime have left their mark on the subjectivities of many people, leading us to confuse structural problems with individual discomfort. Systemic causes have been confused with personal failures, and structural and endemic forms of precariousness are lived as a form of personal failure and anxiety. This contributes to the growth of political disaffection. Faced with increasingly complex problems, it seems that we can only come up with individual responses. Techno-solutionism and the growth of corporate-based solutions seem to be the other side of the coin.
The personal vs. the universal
The neoliberal emphasis on the autonomy of the subject, the prominence of the idea of the person as independent of the environment, and the gradual erosion of forms of political organization in favor of narratives centered on the self and the individual identity of subjects have contributed to the particularization of many of our common problems. Massive problems can only be addressed at the micro level. Every problem seems to occur on a personal scale. As a result, larger frames of reference, the ability to understand the systemic nature of certain struggles or the structural nature of the inequalities we face, are lost. In this context, it is essential to reflect on new ways of understanding and dealing with current problems and challenges. We need to articulate these problems in broader contexts where we can see and understand the interconnections and structural causes that underlie them.
Materializing the problems by taking into account the structurality of power relations, the institutional frameworks that reproduce them, the infrastructural designs and production models on which they are based, are some of the necessary steps to overcome the limitation of focusing only on particular and individual effects and to address the full range and complexity of the problems unfolding before us. In what follows, I will suggest that this ability to see the particular as part of a dense web of relationships, connections, and determinants implies adopting an ecological perspective on reality. This is not new.
Merging multiple scales and temporalities
In 1989, the anti-psychiatrist, philosopher and activist Félix Guattari, inspired by the ideas of Gregory Bateson, published the book “The Three Ecologies”, in which he explored what he considered to be an ecosophical vision of reality, that is, “an ethical-political articulation (…) between the three ecological registers, that of the environment, that of social relations and that of human subjectivity.” The author wrote this book as a response to the ecological crisis facing planet Earth, which had not yet been named “climate change.” The intuition that guides Guattari’s work is that there is no solution to the ecological disaster we are facing that does not involve changes that take place at three different levels: the personal, the social and the environmental. Three ecologies that are deeply interconnected but imply different scales and temporalities.
For Guattari, the response to a problem of such magnitude “can only be made on a planetary scale and on the condition that an authentic political, social and cultural revolution is carried out that reorients the objectives of the production of other material and immaterial goods.” The author argues that this revolution can only come from the transformation of these three spheres: the personal, the social and the environmental. In doing so, he challenges two different traditions: the more traditional materialist ecological visions, which put all the emphasis on the transformation of production models, and the environmentalists, who yearn for a return to an idealized pre-industrial world. Thus, in the face of the ecological crisis, Guattari does not opt for environmentalism, but for the development of a way of thinking that is also ecological in its mode of operation. A way of thinking that is capable of articulating different spheres and realities that condition and determine each other.
“Oppression Olympics”
It is important to take into account that this problem of articulating realities and problems has been attempted from other fields and perspectives, notably in the same year that Guattari’s book was published in France, in the United States, the activist and researcher Kimberlé Crenshaw published “Demarginalizing the Intersection of Race and Sex: A Black Feminist Critique of Anti-Discrimination Doctrine, Feminist Theory and Antiracist Politics” (1989), in which she proposed intersectionality as a method of highlighting the different matrices of oppression that can traverse a subject.
Committed to developing a form of feminism capable of understanding and addressing the specific problems faced by racialized women, she developed a system that allowed forms of discrimination to be articulated and integrated into a single perspective. The author argued that people’s lives are intersected and determined by different axes of power, and that it is a mistake to analyze them separately; rather, we must be able to see how these axes reinforce each other, creating matrices of oppression that are not easily disentangled. We need to be aware of how the intersections between different systems work. This tool for exploring social justice processes has been widely used and discussed with the intention of undoing the effects of racism, sexism, classism, economic inequality, or colonialism that are prevalent in our societies.
Unfortunately, in the context of contemporary neoliberal subjectivation, intersectionality, instead of serving as a tool to make visible the power relations and mechanisms that structurally perpetuate inequality, can sometimes become an individual competition to accumulate supposed forms of oppression. This tendency to particularize the axis of domination that runs through our societies has been sarcastically described by Elizabeth Martínez in a 1993 conversation with activist Angela Davis as participating in the “Oppression Olympics.” When intersectionality deviates from its original purpose as a framework for analyzing forms of inequality and becomes a theory that legitimizes particularist identitarianism, it can lose its analytical and explanatory power. As mentioned earlier, neoliberalized subjectivities confuse the structural with the particular, the systemic with the individual. An inappropriate or self-serving use of intersectionality theory can exacerbate this problem, and instead of contributing to changing power dynamics, it reinforces neoliberal forms of identitarianism.
Developing an ecosophical vision of the world
We also encounter a problem in Guattari’s approach because, unlike the theory of intersectionality, which seeks to provide a clear method for analyzing and addressing specific problems, Guattari’s project operates at a more abstract level, sometimes even too poetic to be practical. The author understands that social problems are conditioned and intersected by personal and environmental problems, so he wants to develop ways of thinking that allow us to integrate these different spheres. He believes that we need to learn ecosophically. This means changing many of our assumptions and ways of being. To do this, he first suggests working at the level of the self, that is, influencing and inventing new ways of sensing and feeling. To do this, it is important to work at the level of desires, subjectivities, personal needs, or what the author calls the “existential territories.”
Likewise, he considers it necessary to develop a social ecosophy, that is, “specific practices that tend to modify and reinvent ways of being within the couple, within the family, in the urban context, at work, etc.” In other words, to develop an ecological perspective capable of transforming social life. Finally, he believes that struggles must be articulated at the environmental level, fighting against pollution, desertification, loss of biodiversity, etc. These three spheres of reality, or ecologies, are interrelated and, for the author, only by integrating them into a more general framework can we develop an ecosophical vision of the world. In this sense, he gives us some indications on how to approach these problems from a more than human perspective. A perspective capable of integrating the needs and limits of the environment, of non-human beings, and of more-than-human desires and energy flows.
Guattari, being a child of his time, spends much of his work focusing on personal transformation, leaving aside broader strategies for social transformation and the complex dynamics that govern the environment. Institutional transformation and how to deal with different path dependencies are not at the center of his work. For him, revolution begins at the “molecular level” and then extends to the “molar dimension.” Subjective transformation leads to social transformations, and these lead to productive changes and changes in relationships with the environment. Somehow, this hypothesis has never been proven. The focus on individual transformation has had its worst consequences in New Age cultures, where work on the self ends up reinforcing personal identity and disconnecting from the collective dimension of life. The first realm of the three ecologies can end up being a therapeutic space instead of a place of struggle.
Cooperating on “everything, everywhere, at the same time”
For this reason, we need to think about what it would be like to merge these two systems, the three ecologies, and an intersectionality perspective, with the aim of proposing a framework for action that allows us to address our current problems from a more complex perspective that does not lose sight of the goal of ending the forms of injustice that shape our lives.
We need to focus on developing models of intersectionality that can integrate injustices and systems of oppression that operate on more than human scales. We need to ask ourselves how to articulate specific labor or union struggles with matrices of oppression that operate on temporal scales far beyond institutional or human temporalities. And we need to ask ourselves how to extract the intersectional analysis of the second ecology, that of the social, to understand how it shapes and determines the set of the three ecologies analyzed.
Our aim should be to show that power relations are intertwined with structures of desire and aesthetic frameworks that condition their potential for transformation. For example, poor air or water quality affects both humans and nonhumans. Moreover, our goal should be to show that power and production relations determine human lives, social environments, and more than human societies. We must leave the narrow confines of individual identity, closed academic disciplines, and human-centered perspectives to learn to work on “everything, everywhere, at the same time” (to paraphrase the title of a famous movie).
It is important to learn to work on the structurality of problems in a context in which they are experienced as particular affronts. We need to understand that climate problems are also problems of forced migration and conflicts over access to basic resources; that modes of resource extraction determine working conditions that permeate people’s lives; that health is never a personal but a collective matter; that there is no problem of the self that is not intimately rooted in a we; that there is no form of life that is not determined and conditioned by the quality of the air, access to energy resources, or the fertility of the land; that resources exist only to the extent that they are densely embedded in systems of extraction and production; and, last but not least, we need to understand that, to quote Max Haiven and Alex Khasnabish, it is as important to generate new radical imaginaries as it is to collectively design institutions capable of thinking and operating in more than human times and scales.
The struggle against neoliberalism goes beyond challenging it not only as a system of production, but also as a regime of subjectivation and a model for the production and exploitation of nature. In other words: We have to challenge the means of production as means of climate production and question ourselves as climate workers. Adopting an ecological perspective can help us transcend the particular and begin to accept that, deep down, we have never been individuals, we have always been multiple, entanglements, assemblies, collectives, that we have always been multitudes.
Editor’s note: This article is a contribution to the Berliner Gazette’s “Allied Grounds” text series. For more content, visit the “Allied Grounds” website. Take a look: https://berlinergazette.de/projects/allied-grounds
Ian Bogost: Alien Phenomenology, or What It’s Like to Be a Thing
Resumen del libro “Alien Phenomenology” de Ian Bogost. University of Minnesota Press, 2012
François Dubet: La época de las pasiones tristes
Resumen del libro “La época de las pasiones tristes”, Siglo XXI Eds. 2020
Kriti Sharma: Interdependence. Biology and Beyond
Resumen del libro “Interdependence. Biology and Beyond”. De Kriti Sharma, Fordham University Press. 2015
Andreas Weber: Matter and Desire: An Erotic Ecology
Resumen del libro Matter and Desire. Weber, A. (2017) Chelsea Green Publishing
Mafe Moscoso: Sobre etnografías experimentales y sensoriales
Resumen del libro Sobre etnografías experimentales y sensoriales. Moscoso, M. (2021) BAU Ediciones, Barcelona
Adorno y Horkheimer: Dialéctica de la ilustración
Resumen del capítulo “La industria cultural” del libro Dialéctica de la ilustración, de Adorno y Horkheimer