A principios de la década de los setenta el diseñador y pedagogo Victor Papanek dió un golpe en la mesa del diseño moderno y nos instó a empezar a diseñar “para un mundo real”. El diseño en el que primaba la forma por encima de la función, ese diseño insostenible que se ponía al servicio del mercado y no de los usuarios, tenía los días contados. El mundo del diseño, hermético y elitista, abrió sus puertas dando paso a preocupaciones sociales, políticas o medioambientales. El diseño debía de ser menos individual y más colectivo. Ya no podía seguir siendo un ejercicio de virtuosismo estético al servicio de unos pocos consumidores pudientes. A partir de ahora debía considerarse como una herramienta con la que empezar a transformar un mundo que estaba en plena ebullición. Diseñar para un mundo real nos presentaba un gran reto: en primer lugar había que entender las necesidades, posibilidades, limitaciones y deseos de las personas. En segundo lugar, ofrecer soluciones para paliar o mejorar sus vidas. Con esto el diseñador/a pasaba de hacedor/a, a investigador/a. Antes de diseñar para el mundo real, debía de entenderlo.
Muchos mundos reales
Con la distancia que nos da el tiempo es fácil impugnar algunas de las ideas que subyacen a la obra de Papanek. Rápidamente podríamos caer en la autocomplacencia y señalar los errores del pasado. No es el objetivo de este artículo. Pero, frente a una crisis cuya magnitud apenas podemos vislumbrar, es importante pensar en cómo será diseñar para el mundo real que nos vamos a encontrar al salir del confinamiento. No podemos dejar de preguntarnos ¿Qué mundo nos va a dejar esta pandemia? ¿Podemos seguir pensando que existe un sólo mundo?¿Vamos a tener que diseñar para un mundo roto o para un mundo en el que todo sigue igual? Nuestra antigua normalidad ¿Nos llevaba irrefrenablemente hacia un mundo en peligro de extinción? El mundo real del que nos hablaba Papanek se vuelve cada vez más complejo. Frente a la necesidad de entenderlo, hemos de aceptar que en cada sociedad, cada zona geográfica, que en cada mundo, habitan muchos mundos, muchas sociedades, muchas realidades diferentes cuyos intereses no siempre van a converger. No hay un sólo mundo real, el mundo alberga varios mundos.
En cuanto prestamos atención se nos desvelan mundos cruzados por relaciones de poder, condiciones de vida muy desiguales, privilegios, formas de pobreza y de precariedad. Sociedades humanas y sociedades animales. Sociedades de bacterias, sociedades anónimas y sociedades limitadas. Mundos surcados por intereses muy diferentes, en el que el bienestar de un grupo social lamentablemente implica el malestar de los demás. Los excesos y privilegios de los humanos en demasiadas ocasiones han sido a costa de la degradación del medio ambiente. El avance de las tecnologías se paga con la destrucción de recursos minerales. El mundo de los atunes es diferente del mundo de las personas con diversidad funcional. El mundo de las aves migratorias es diferente al de los recolectores informales de basura. El mundo de las guarderías es diferente al de las residencias para personas de la tercera edad. El mundo de los que tienen, es completamente diferente del mundo de quienes apenas tienen para comer. Paradójicamente estos mundos están interconectados, unidos de formas retorcidas y difíciles de imaginar. Pasamos de un universo al pluriverso. Ya se decía que el aleteo de una mariposa, acaecido en un momento dado, pueda alterar a largo plazo una secuencia de acontecimientos de inmensa magnitud. Un murciélago de un mercado chino puede afectar a la economía global. Aprender a diseñar para un mundo real, implica, aprender a diseñar para una pluralidad de mundos conectados entre sí. Hemos de dejar de ver un mundo fragmentado, nuestro mundo, para ser capaces de entender los vínculos y tensiones que estructuran un mundo en común. Un mundo, como decían los zapatistas, donde quepan muchos mundos. Un mundo en que nuestras acciones tendrán consecuencias en los mundos de los demás. Una constelación de mundos que hay que aprender a cuidar.
Diseño ontológico
La teórica del diseño Anne-Marie Willis en su artículo “Ontological Designing—Laying the Ground” argumentaba que en el diseño se produce un doble movimiento ontológico, los humanos diseñamos el mundo pero el mundo también nos diseña a nosotros. Cada proyecto de diseño tiene el poder de inaugurar un mundo de usuarios, de hábitos, de tendencias, pero también de perpetuar formas de discriminación, reproducir problemáticas existentes y perpetuar hegemonías sociales y políticas. Inventar el email es inventar un mundo con muchos mails que responder. La materialidad de los objetos de diseño hace que estos actúen sobre nosotros. Afecten y en ocasiones determinen nuestras conductas. Si el diseño es esa práctica que gira alrededor de la creación de objetos, mensajes, experiencias y sensaciones, podemos extrapolar fácilmente que las prácticas de diseño contemporáneo no tan sólo crean estos objetos, mensajes o experiencias, sino que contribuyen a crear los mundos en los que estos existen. Quien diseña un coche también contribuye a crear un o una conductora, una autopista y un atasco. Quien diseña un servidor contribuye a al aumento del calentamiento global. En este contexto de crisis no arriesgamos mucho demandando que las prácticas de diseño sean capaces de imaginar y hacerse cargo de los mundos que ayudan a crear. Diseñar es contribuir a desplegar mundos. A fijar presentes. A inaugurar futuros. A facilitar vidas que están por acontecer. Hacernos cargo de estos mundos, es empezar a diseñar para un mundo que aún no es real, pero que puede serlo. Diseñar es aceptar el reto de la responsabilidad. Para eso es necesario consensuar en qué tipo de mundos queremos habitar. Es decir, hacer política.
Política y diseño
Desde hace ya algunos años hay quien nos avisa que los humanos nos hemos creído que el mundo nos pertenecía. Que éramos la especie que estaba por encima de las demás. Que hacíamos política de forma egoísta. Tomábamos decisiones como si estuviéramos sólos en este planeta, como si no hubiera un mañana. Como si todo fuera a ir siempre bien. Bruno Latour en su momento nos instó a diseñar un “parlamento de las cosas” para obligarnos a hacer política teniendo en cuenta los intereses de los humanos y de los no-humanos. Escuchando y respetando necesidades, agencias y propensidades no humanas. Un parlamento más plural en el que los que hacen discursos no tomen decisiones sobre los que hacen cosas. Un parlamento para darle voz a los seres con los que compartimos planeta y con los que sólo tenemos una relación instrumental. Nos decía que es necesario aprender a tomar decisiones teniendo en cuenta las opiniones y necesidades de quienes no saben expresarse como nosotros, los que no tienen la facultad de hablar. Atender y trabajar con el mundo biológico y geológico que hemos tendido a ignorar. ¿Tiene sentido planificar urbanizaciones sin tener en cuenta los cauces de los ríos y rieras sobre las que se van a edificar?¿Establecer políticas de pesca sin entender los ciclos de reproducción de las especies que vamos a esquilmar?¿Contaminar la biosfera para que nos podamos desplazar con mayor velocidad?¿Podemos diseñar ciudades sin tener en cuenta los cuerpos de los más vulnerables, los cuerpos de quienes no se va a dedicar a producir?¿Debemos diseñar artefactos sin tener en cuenta la vida social de todos los elementos que los van a componer? Este parlamento de las cosas, parece que se va a quedar pequeño. Cada vez se despliegan más mundos, más intereses, más entidades, más agencias. Está claro que la política de los humanos para los humanos, tiene poco que aportar.
En una línea similar Isabelle Stengers nos instaba a hacer “cosmopolítica”, es decir, explorar formas de política que tengan en cuenta la pluralidad de agentes a los que afectan las decisiones que se van a tomar. Hacer política pensando tanto en los beneficiados como en los perjudicados de las decisiones que se tomen. Hacer política con los expertos y los profanos, con los políticos y con los payasos. Políticas plurales para mundos cada vez más complejos. Política teniendo en cuenta las comunidades de afectados que van aflorar con cada decisión que se tome. Por eso es interesante preguntarse si se puede hacer diseño cosmopolítico. Si se puede diseñar invitando y habilitando mecanismos para que las comunidades de afectados, los seres no-humanos y los sujetos menos favorecidos, se puedan expresar. Diseñar en plural. Diseñar en comunidad. Diseñar invitando, no decidiendo por los demás. Diseñar ya es hacer política.
Eso implicaría diseñar dejando de lado el interés particular. Diseñar para un mundo un poco más común. Diseñar sin creer que el planeta nos pertenece. Que muchos de los seres y especies que nos rodean se sienten amenazados por nuestro bienestar. ¿Podemos diseñar aviones y rutas comerciales sin pensar en los virus que van a contribuir a movilizar?¿Podemos diseñar sistemas de salud pensados sólo para quienes se los puedan costear?¿Podemos diseñar colecciones de moda pensando en que todos los materiales que usemos deben de poder producirse a escala local?¿Podemos diseñar recetas que no impliquen una red de importación y exportación de alimentos a escala global? Cada diseño moviliza mundos, reproduce privilegios y formas de desigualdad. Diseñar es hacer política a través de los artefactos, de las cosas que ponemos en circulación. Diseñar es materializar relaciones de poder. Diseñando se ponen en acción diferentes formas de política, políticas materiales, políticas tecnológicas, políticas del amor.
Venimos de una era histórica fuertemente marcada por el individualismo. Venimos de un sistema de mercado, el capitalismo de corte neoliberal, basado en la competición entre sujetos y la explotación extractiva de recursos sin pensar en las repercusiones que esto va a tener. ¿Debería el diseño de mañana perpetuar este modelo productivo?¿Queremos que el mundo real de mañana sea igual al que teníamos ayer?¿Nos podemos permitir sostener lo que hace apenas unos días llamábamos normalidad? Yo creo que no. Intuyo que debemos dejar de diseñar siguiendo los intereses particulares para hacerlo desde una conciencia un poco más global. En ese sentido ¿Tiene sentido seguir pensando que somos sujetos individuales que deben maximizar sus beneficios a base de minimizar las ganancias de los demás? Aceptar que el malestar, la tristeza o la inseguridad de los otros nos afectan, es empezar a aceptar que nuestras conciencias están más entrelazadas de lo que podría parecer. Que nuestras vidas están embrolladas con las vidas de los demás. Que hemos convertido un sesgo cognitivo, pensar que somos individuos independientes, en una forma de relacionarnos con una realidad. Somos seres que afectamos y nos dejamos afectar. Estamos cruzados por energías que a veces compartimos y a veces podemos bloquear. La tristeza es contagiosa igual que lo es la felicidad. Salir de la consciencia individual para empezar a diseñar pensando en una consciencia más grande, más intersubjetiva, más generosa, es una buena forma de empezar a romper con la tiranía del egoísmo de la individualidad.
Diseñar para mundos cada vez menos modernos
Estamos pasando de un mundo lineal y piramidal a una multitud de mundos caóticos y horizontalizados. Estamos pasando de usar categorías binarias (hombre/mujer, natura/cultura, razón/emoción, centro/periferia, norte/sur, blanco/negro, bien/mal), a necesitar matices, escalas y nuevos términos para comprender la realidad. Estas formas de pensar/ordenar el mundo heredadas de la modernidad dieron pie a disciplinas de conocimiento estancas con las que aún tenemos que lidiar. Saberes muy especializados que eran incompatibles entre sí. Frente a la complejidad de lo que estamos viviendo no hay disciplina de conocimiento en la actualidad que pueda entender todas las facetas e implicaciones a resolver. Por ello necesitamos deshacernos del pesado yugo moderno para elaborar saberes indisciplinados y promiscuos, capaces de abordar este embrollo desde la humildad y la incertidumbre. Diseñar desde la crítica y desde el amor. Aceptar que esta crisis va a afectar a los seres humanos y no-humanos de formas muy diversas y desiguales. Que el bienestar de un grupo social puede ser el orígen de las desventajas de los demás. La solución a un problema puede ser el inicio de un nuevo malestar. Que lo que es un problema para los humanos, es una bendición para las aves. Lo que se presenta como un problema económico a su vez tiene tiene consecuencias positivas para el medio ambiente. Que si no nos organizamos, de esta crisis saldrán muchos perdedores y un puñado de ganadores. Que se va a extender la pobreza y concentrar la riqueza. Ya no podemos plantear preguntas o debates que sean lineares, hemos de aprender a trabajar desde la complejidad, con problemas retorcidos cuya solución será siempre provisional. El diseño que transforma tiene una misión: aprender a habitar la complejidad sin renunciar a prototipar y experimentar soluciones parciales. El diseño ha de olvidar sus certezas, atreverse a titubear. A trastear. Perder su arrogancia para así aproximarse a los problemas sin tener garantías de poderlos solucionar.
Llevamos demasiados siglos pensando que somos seres independientes del medio en que vivimos. Nos vemos como sujetos autónomos cuyas vidas no afectan a las de los demás. La idea del sujeto liberal, autónomo e independiente ha calado hondo en nuestros imaginarios. Sólo aceptando que somos frágiles, vulnerables, que nuestros cuerpos enferman y necesitan cuidados, podemos empezar a terminar con la ficción de la individualidad. No hay persona que no sea un sistema de diferentes entidades. Que no contenga genes de otros seres. No hay sujeto que no sea una trama densa de seres y necesidades. No hay humano sin oxígeno que respirar. No hay sujeto sin agua que beber. No hay persona sin su flora y fauna bacteriana. No hay humano que resista dejar de comer. Nadie nace sin que otras personas existieran antes que ella o el. Aceptar que somos interdependientes es el primer paso a cambiar de una consciencia individual a una colectiva. Para dejar de pensar que somos especiales a entender que en el planeta tierra somos un animal más. Audre Lorde nos recuerda que “Sólo en el marco de la interdependencia de diversas fuerzas, reconocidas en un plano de igualdad, pueden generarse el poder de buscar nuevas formas de ser en el mundo y el valor y el apoyo necesarios para actuar en un territorio todavía por conquistar”. La interdependencia no resta agencia, sino es la base de nuestro poder. Somos fuertes porque siempre fuimos multitud. Sólo aceptando que nuestra fuerza de ser, proviene de la capacidad de ser en común, vamos a poder reunir la suficiente energía como para transformar la realidad. El diseño que no sea capaz de dar cuenta, de trabajar a partir de esta interdependencia es un diseño condenado a repetir un paradigma del que es necesario escapar. El diseño individualista, de autor, que no tiene en cuenta las necesidades de la comunidad, es un diseño nostálgico, que añora un pasado en el que se pensaba que el individuo era más importante que el interés general.
Cuando salgamos debemos elaborar prácticas de diseño que partan de la premisa de que sin cuidados no hay bienestar. Sin salud no hay vida. Que los cuerpos hábiles y fuertes no son la norma sino la excepción. Que somos todos mucho más frágiles de lo que nos gustaría creer. Esta pandemia nos recuerda que somos mucho más responsables del bienestar de los que nos rodean de lo que nos gustaría tener que asumir. Nuestras acciones e imprudencias pueden matar a la persona que tenemos al lado, a las personas que más queremos. Nuestro egoísmo, vivir siguiendo el interés individual, es el vehículo por el que se mueve una capacidad de destrucción sin parangón. Cuidar implica perder libertad. Es no ir a la segunda residencia en semana santa, es limpiarnos las manos con frecuencia, es no poner en riesgo la vida de los demás. Diseñar con cuidado, desde los cuidados, desde la responsabilidad ya no es una opción, es la única vía a seguir. Diseñar cuidando a las personas, a los seres no-humanos, al medio ambiente, a nosotras mismas/os, a las diferentes realidades con las que vamos a interactuar.
Un presente con muchos futuros
Decía Walter Benjamin que todo documento de cultura antes o después, terminará siendo un documento de barbarie. Cualquier libro, película, canción, con el paso del tiempo nos revelará las formas de desigualdad, las formas de violencia, los privilegios y las formas de discriminación, que en otra época eran lo normal. Lo que para una generación eran signos de libertad, aparecerán como formas de coerción para la generación que vendrá. Esta crisis ha hecho que los objetos de diseño que hace unos días nos parecían interesantes, nos parezcan fruto de la más absoluta banalidad. Y es que el mundo real para el que diseñamos ayer ha dejado de existir. Lo que antes parecía importante, ahora se revela como un ejercicio de narcisismo exhibicionista. Los problemas a los que nos enfrentábamos ayer serán diferentes a los que nos encontremos hoy. El diseño que hace unos días parecía relevante ahora es completamente superfluo. El mundo que ayer parecía sólido, hoy parece irreal. Cuando salgamos de este confinamiento nos vamos a encontrar un mundo en el que va a faltar mucha gente. Un mundo afectado por una crisis económica y social brutal. Un mundo asolado por la tristeza y el dolor. El diseño ya no puede permitirse caer en la nostalgia de lo que una vez pudo ser. No puede dedicarse a especular con futuros que tal vez no serán. El diseño requiere presencia. Nos obliga a atender, entender y cuidar. A establecer conexiones y vínculos. A poner nuestra energía, inventiva y creatividad en diseñar nuevos presentes. A ahondar en mundos cada vez más complejos, más plurales, más justos, más sutiles, más interdependientes, más humildes, mas compartidos. Nos toca diseñar una constelación de presentes que empiecen a hilvanar un mundo un poco mejor.