Una de las cosas que mejor y de forma más vívida recuerdo del 15M, a parte de las asambleas y las larguísimas conversaciones al sol, fue la explosión cultural que acompañó al fenómeno. Fruto de la ebullición del momento surgieron proyectos fantásticos a nuestro alrededor: bookcamping, fundación robo, la ikastrolla, el vaciador…Otros cogieron nuevo ímpetu, como las fiestas cumbieras, los talleres de sexualidades heterogéneas, la edición de libros acelerados, los talleres de uso radical de tecnologías, los encuentros para hackear la visualización de datos, los recitales de poesía, las fanzines… fuck yeah! Tantas que es difícil enumerarlas sin dejarse muchas en el listado de favoritos. Recuerdo de forma nítida, bajar de Jacinto Benavente a Lavapies y de golpe pensar, joder, el 15M me está permitiendo imaginar. Imaginar un devenir político diferente, pero también paradigmas estéticos y de convivencia nuevos, antagonistas, difusos, heterogéneos.
Hubo una foto que circuló durante los primeros días de la acampada Sol en la que salía un cartel escrito a rotulador que se había confeccionado en una de las guarderías que florecieron en la plaza. Se podía leer “Los niños y las niñas piden: Osos panda, +Bicis – Coches, Unicornios, +Columpios, …”. Lo curioso es que en ese momento no sólo los niños querían unicornios, muchos adultos también esperábamos que aparecieran. Nos veíamos a sus lomos conquistando nuevas formas de institucionalidad, explorando nuevos paradigmas estéticos, nuevas estructuras de cuidados, espacios de enunciación política, promiscuidades afectivas, redes raras de actantes y actores, nos imaginábamos estableciendo debates tecnológicos y dejando atrás esa idea de política en la que tan sólo se hablaba de lo probable y lo posible, no de lo deseable o lo extraordinario. El 15M abrió el paradigma de la política de lo inaudito, y eso nos permitió imaginar estéticas arriesgadas, traviesas, glamurosas, astutas, audaces e imprudentes. Estéticas que escapaban del imaginario de lo político y nos llevaban a mundos posibles, muchos de ellos aún por explorar.
Todo termina. A mediados de octubre, al cerrar la asamblea de Podemos, al sonar los primeros acordes de L’Estaca, vi caer unicornios del cielo en el Palacio de Vistalegre. Morían de asco al ver que al final, la política volvía a ser eso, tipos y tipas que cogen micros y hablan de lo urgente, de lo necesario. Tipos y tipas que vuelven a pensar que la cultura no es lo importante, que el paradigma estético al que pertenecen es una mera formalidad. Tipos y tipas sentadas en sillas de plástico, rodeados de banderas y altavoces con los que magnificar su deseo de instituir. Que sensación de fracaso joder, como de no haber aprendido nada. Como si materialismo y estética no tuvieran nada que ver. La estética relegada a una suerte de idealismo redundante.
Lo mismo acontece con el pensamiento tecnológico. Tras años de hablar de tecnologías libres, de privacidades, de autonomía tecnológica, de entramados tecnico-estéticos que nos permiten devenir de formas diferentes llega el ciclón 15M y la urgencia, la necesidad de llegar rápido a todos y a todo, parece que relega el debate en torno a las tecnologías a un segundo lugar. McLuhan muere. Lo importante es el mensaje, no el medio. El mensaje vive sin el medio. El mensaje no habita un medio. Así los prototipos inestables, las redes inacabadas, los cacharros arriesgados se arrinconan y se dejan para después, Para cuando lo urgente deje lugar a lo importante, lo importante a lo necesario y lo necesario a lo prudente. Así envejecen los movimientos políticos, con la obsolescencia de sentirse institución antes de hora. Con la sonrisa socarrona de “tu estás hablando de software, pero nosotros de política”. Ellos hablan de política y nosotros decimos amen.
Ser audaz ya no se lleva. El tiempo para los experimentos ya ha pasado. Es el tiempo de la política real. El desierto de lo real era que la política sigue vestida de pana. Sigue pensando que la estética es una cuestión de gusto. Que los debates estéticos han de verse relegados a los debates económicos. Como si la economía no fuera una ficción tecno-estética plagada de gráficos, excels, fantasías, libros de management en salas de espera de aeropuertos y especulaciones sin visos de acontecer. Como si los abrazos y los gestos de autoridad no constituyeran un twerking rancio y obsoleto que es necesario repetir antes de asirte al atril. Como si el micrófono que sujetas y que convierte tu voz en impulsos eléctricos que se distribuyen por la sala a través de bafles dispuestos para llegar a todos y cada uno de los rincones no determinara de qué política vas a hablar. Como si la página de Facebook donde convocas a tus eventos no limitara el tipo de personas a las que ese mensaje va a llegar.
Parece que volvemos a la política de la canción protesta. A la erótica del líder. A la estética de lo conocido. A la ética del tenemos la razón. Y así, se volverá a separar la política de los sensatos de la política de los inconscientes. De quienes quieren llegar a su revolución bailando y de quienes consideran que es hora de asentar la cartera. De quienes ven en el micro un lugar donde establecer cánones y no desde dónde lanzar preguntas. De quienes tienen prisa porque quieren llegar lejos. Como siempre, hay quienes tienen urgencia por hacerse viejos, por suerte, quedamos muchos que aún no. Pegaso, vámonos de aquí.