resumen del artículo de Tim Cowlishaw “The Symbols of the Divine: Approaching a Post-human Ontology of Digital Design via the Study of Discards” Revista Inmaterial. Diseño, Arte y Sociedad, 2022
Francisco Varela: Ethical Know-How. Action, Wisdom and Cognition
Resumen del libro “Ethical Know-How” de Francisco Varela. Stanford University Press, 1999
César Rendueles: En bruto
Resumen del libro “En bruto” de César Redueles. Ed. La cataráta 2016
Félix Guattari: Las tres ecologías
Resumen del libro Las tres ecologías de Félix Guattari. Editorial Pre-textos 1996
Timothy Morton: All Art is Ecological
Resumen del libro de Morton, publicado por Penguin 2021
Marta Camps: Saber en la acción. Prácticas pedagógicas indisciplinadas
Resumen de la tesis doctoral “Saber en la acción. Prácticas pedagógicas indisciplinadas” de Marta Camps, leída en 2020
Olga Goriunova: ‘The Digital Subject: People as Data as Persons’
Resumen del artículo The Digital Subject, de Olga Goriunova, Theory, Culture & Society. 2019;36(6):125-145.
en busca de la intimidad perdida
El pensamiento ilustrado llegó a Europa trayendo consigo, e imponiendo, una forma de entender y hacerse cargo del mundo basado en la razón y la objetividad.
Con esto y de forma progresiva se fue menospreciando la capacidad de pensar/entender/vivir el mundo de otras maneras más mágicas, esotéricas o creativas. Con la racionalidad llegó la capacidad de percibir la realidad como entidades discretas, como un conjunto de entes que se podían disociar unos de otros. Todo se podía escrutar, descomponer y comprender en un laboratorio. Esto chocaba con las dos formas epistémicas hegemónicas de la época, el pensamiento mágico y la fé. El primero está caracterizado por tramar vínculos entre entidades heterogéneas (oro—>dios←- pelo rubio) creando conexiones improbables y en ocasiones fabulosas. Pero este no era el objetivo principal de la ilustración. El pensamiento ilustrado llegó para enfrentarse de forma específica a un marco epistémico basado en la fé (las cosas son como Dios ha determinado y la única opción es creer en su palabra), y las relaciones de poder que esta forma de entender/ordenar el mundo traían consigo. La objetividad transmutaba la realidad en objetos medibles, cuantificables, demostrables y datos objetivables. No había que creer en la ciencia para que esta pudiera demostrar sus hipótesis. El mundo se podía diseccionar, racionalizar y explicitar. Con esto se estableció de forma clara la distinción entre los sujetos, quienes piensan/analizan/entienden y los objetos, que inertes esperan a ser comprendidos por quien tenga agencia y subjetividad.
En paralelo, el auge del capitalismo transformó a todos los seres, materiales o entidades en objetos susceptibles de ser comercializados. Con el capitalismo se inventó un tipo de objeto muy concreto, la mercancía. Se establecieron circuitos globales de intercambio por el que animales, plantas, minerales o incluso personas, podrían acabar circulando. No hay cosa en el mundo que no pueda ser transformada en mercancía. Así, la transformación epistémica que transformó la realidad en objetos, se vió acompañada por un sistema capaz de determinar el valor económico de cada uno de ellos. El mundo fenoménico se convirtió en un gran bazar. El valor económico acabó por transformarse en la única medida de valor abstracta y estandarizada. El mundo se sometía a los principios de la utilidad. Así, de forma paulatina fuimos determinando relaciones instrumentales con las cosas. Todo podía ser medido, comprendido, producido o intercambiado. Nos creímos que las personas estaban por encima de las cosas. Que la realidad estaba desplegada frente a nosotros lista para ser usada, medida o comercializada. Perdimos la intimidad con el mundo material, que se nos presentaba como un conjunto de objetos distantes y distintos a nosotros. Todo se podía explotar.
Todo esto ha cristalizado un mundo marcadamente utilitarista. Un mundo en el que el valor de las cosas está en relación directa al uso que les podemos dar. Si las cosas no sirven, parecen perder todo su valor. Inconscientemente clasificamos y valoramos a los animales dependiendo del uso que les podamos dar: el caballo vale más que el saltamontes, el gato vale más que el lince, en buey vale más que un calamar gigante. Lo mismo hacemos con los minerales, las plantas e incluso, con las personas. A medida que lo hacemos, nos vamos desvinculando afectivamente del mundo fenoménico. Podemos llegar a creer que somos autónomos de la realidad en la que vivimos. Que nuestra capacidad para nombrar, categorizar y definir, nos eleva sobre el agua, la sal, los geranios o las sardinas. La ficción de la autonomía nos ha hecho creer que estamos por encima del mundo material al que pertenecemos y del que dependemos para sobrevivir. La creencia en nuestro yo, nuestra unicidad, nos ha hecho olvidar que somos con los alimentos que ingerimos, somos con el agua que bebemos, somos con el oxígeno que respiramos, somos con las bacterias que nos habitan, somos con las comunidades en las que crecemos. La creencia en la supremacía de la humanidad sobre el mundo material nos ha hecho olvidar gran parte de las relaciones íntimas que nos vinculan y nos hacen parte de ese mundo material. Como nos recuerda Donna Haraway en su libro “Seguir con el problema”, se ha impuesto un imaginario basado en la independencia, en lugar de la interdependencia.
Escribe George Bataille, en su excéntrico tratado de economía denominado “La parte maldita”, que sólo en los actos sagrados somos capaces de reconocer el poder que tienen las cosas sobre nosotros. En los rituales, las liturgias, las ceremonias, prestamos atención y aceptamos que los objetos con los que convivimos tienen poder. Empezamos a ser conscientes de la energía de las cosas. Sólo venerando al sol, a la luna, a la lluvia o a algún artefacto, nos damos cuenta que ese poder que pensamos que tenemos sobre la realidad es ficción. En la destrucción de algo que nos resulta útil reconocemos la agencia de la cosa. Su importancia va más allá del uso que le demos. Sólo escapando a lo útil, empezamos a reconstruir la intimidad perdida con las cosas. Cuando no vemos a un animal, planta o persona como un fin para conseguir algo, ya sea alimento, placer, energía, etc., se empiezan a abrir nuevas vías de ser/conocer/vivir en comunidad. Sólo perdiendo el principio de sospecha acontecen las confianzas que permiten que lo íntimo empiece a surgir.
Es en lo inútil, en la experiencia estética por ejemplo, en donde empezamos a sentir florecer vínculos con la realidad de la que somos parte. Muerta la utilidad, surge la intimidad. Dejamos de ahondar en la idea de autonomía neoliberal y se nos abre un mundo de interdependencias. De conexiones y vínculos afectivos y energéticos. Muerto el deseo aparece la erótica que nos articula con el mundo. Muerta la ficción de que el humano está por encima de las cosas, se nos dibujan ontologías más horizontales para con la realidad. Se empiezan a establecer intimidades desconcertantes. Vínculos improductivos. Amores sin apego. Sólo escapando de lo útil, nos acercamos a un mundo exuberante y absurdo en el que el orden biológico y geológico se funden, objetos y sujetos se confunden, las categorías y taxonomías científicas se desdibujan. El aire que entra por nuestra nariz se vuelve yo. El calor de los animales es también el nuestro. Los cambios estacionales nos afectan. Las lunas nos conmueven. Nuestros egos se disuelven y apreciamos más a las demás personas. Cuando abrimos el mundo a la intimidad, lo que nos parecían desiertos yermos e improductivos se desvelan como lugares llenos de vida. Lugares en los que podemos re-aprender formas de ser y de sentir. En los que predomina la intimidad perdida. La intimidad con todo lo que podríamos llegar a ser.
texto originalmente publicado en Joya: Arte+Ecología
Minna Salami: Sensuous Knowledge
Resumen del libro “Sensuous Knowledge” de Minna Salami. Zed Books, 2020
Georges Bataille: La parte madilta
Resumen del libro “La parte maldita” de Georges Bataille. Editorial Icaria, 1987
Silvia Rivera Cusicanqui: Un mundo ch’ixi es posible
Resumen del libro “Un mundo ch’ixi es posible” de Silvia Rivera Cusicanqui. Publicado por la editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 2018.
FAMILIAS de la cultura
Esta semana llegaba una noticia importante para el mundo de la cultura. Finalmente Fèlix Millet i Tusell, el saqueador confeso del Palau de la Música, ha entrado en prisión. En paralelo una noticia más triste que también afecta al sector cultural ha pasado más desapercibida : desde el Teatre Lliure se organizaba el primer reparto de alimentos para profesionales del mundo del espectáculo afectados por la crisis desatada tras la COVID-19. Unas 30 familias de músicos y músicas, actores y actrices, técnicos y técnicas de las artes y del espectáculo han podido recibir una caja con alimentos recogidos desde una iniciativa, ActúaAyudaAlimenta, nacida para contribuir a mitigar la pobreza del sector. Millet, miembro de una FAMILIA ilustre, logró desviar y beneficiarse de más de 35 millones de euros (de los cuales 3,3 millones de euros eran provenientes de subvenciones y fondos públicos) mientras los trabajadores del sector no llegan a final de mes. Uno no puede dejar de preguntarse si entre estas dos noticias sólo hay correlación temporal o también hay causa.
Millet amigo de otras FAMILIAS ilustres, aprovechó su cargo como presidente del Palau de la Música para lucrarse y beneficiar a los suyos. Se dedicó a trapichear e intercambiar favores con miembros de otras FAMILIAS ilustres que ocuparon y siguen ocupando lugares de poder desde los patronatos y puestos de dirección de instituciones públicas. Millet no tan sólo fué presidente de Fundación Orfeón Catalán – Palacio de la Música Catalana. A su vez ocupó un lugar en el patronato del Institut Catalunya Futur, la rama catalana de la FAES el mismo año que recibió un incremento presupuestario de 3.000.000 de euros del Ministerio de Cultura del gobierno español, en esos momentos presidido por José María Aznar. Millet, igualmente era presidente de BANKPIME banco participado por Agrupació Mútua que también presidía. Fue miembro de la Fundació Pau Casals, del Liceo y vicepresidente tercero de la Fundación Fútbol Club Barcelona. Las FAMILIAS se van encontrando en despachos y en los lugares en los que se toman decisiones importantes.
Los 80 trabajadores de la cultura que se han acogido al programa de distribución de alimentos pertenecen a familias que no se sientan en consejos de dirección ni presiden fundaciones. Nunca tienen acceso a los lugares en los que se toman decisiones presupuestarias. Son trabajadores y trabajadoras que no pueden participar de las decisiones que de forma directa afectarán al bienestar de sus vidas y las de sus familias. No manejan ni distribuyen las cantidades ingentes de dinero que controlan las otras FAMILIAS. No son ni hijos de, amigos de, ni conocen a. No reciben grandes distinciones ni cargos de honor en patronatos de los que se pueden lucrar. Son las familias a los que les han dicho que no son suficiente emprendedoras, que la subvención que pidieron el año pasado y por la que recibieron 1.200 euros está mal justificada. Son las familias de las que se sospecha desde la administración. Se les reprocha no entrar en programas de impulso a las industrias culturales. Industrias que siguen controladas por las otras FAMILIAS que parten, reparten y siempre se quedan la mejor parte.
Y mientras debatimos si es más importante la participación, la sindicación o el acceso a la cultura, los patronatos siguen copados por FAMILIAS, que toman decisiones que afectarán a las otras familias. Porque el problema que tiene la cultura es un problema de clase y de clasismo. De desigualdad de oportunidades y de condiciones. De corrupción y de corruptelas. De distancia física y simbólica entre quienes toman decisiones y de quienes la sufren. De falta de mecanismos de control institucional y opacidad administrativa. Porque mientras los patronatos, los consejos de dirección y las presidencias de las fundaciones sigan estando en manos de las FAMILIAS, el sector cultural estará abocado a la precariedad, a la pobreza y a la injusticia.
Movimientos privilegiados: apuntes sobre Undeclared Movements
Una de efectos colaterales de la pandemia provocada por el SARS-CoV-2 es una clara pérdida de nuestras libertades. Por ejemplo y de forma evidente, los europeos hemos sufrido la limitación de nuestra libertad de movimiento. Acostumbrados a viajar, cruzar fronteras, desplazarnos por carreteras, hacer excursiones, planificar vacaciones, visitar a nuestras personas queridas, salir de noche o simplemente ir a trabajar a diario, ver cómo el confinamiento limita nuestra capacidad de desplazarnos nos ha hecho conscientes de lo crucial que resulta poder movernos libremente. De lo privilegiados que somos quienes por lo general podemos desplazarnos sin temor a ser multados, detenidos o expulsados.
Durante esta cuarentena la frustración colectiva de no poder visitar a familiares o amistades se ha intensificado a medida que iban surgiendo noticias de quienes sí podían moverse sin problema. En el Reino Unido Dominic Cummings, mano derecha del primer ministro Boris Johnson, protagonizó un sonado escándalo por saltarse la cuarentena por ir a visitar a sus padres cuando estaba prohibido hacerlo. En España, cuando apenas podíamos salir de casa, sorprendía que el príncipe Joaquín de Bélgica no tan sólo había logrado viajar desde Bélgica a Madrid, sino que cruzó media península para acudir a una fiesta en Córdoba junto a su novia. No menos malestar ha causado el corredor de seguridad establecido entre Alemania y Baleares para que turistas alemanes puedan disfrutar de su segunda residencia en las islas mientras que los locales seguimos sin saber cuándo podremos regresar a ver a nuestras familias.
Durante el confinamiento se ha visto de forma clara que la movilidad oculta un conjunto de derechos y privilegios que tendemos a olvidar. Que la promesa de un espacio liso que presentan las visiones más neoliberales de la globalización ocultan mapas cruzados de fronteras invisibles, aduanas, corredores de seguridad, salvoconductos y pasaportes que abren o cierran rutas. Sobre todo versa el libro Undeclared Movements, del artista e investigador Krystian Woznicki. En sus páginas explora el lado más oscuro del espacio Schengen relatando el origen del territorio unificado europeo y de cómo se formó la idea de un continente sin fronteras internas. Paradójicamente, para asegurar la libertad de movimiento se han edificado todo un conjunto de infraestructuras y dispositivos diseñados para controlar y determinar el movimiento de las personas. El autor ahonda en cómo la ilusión de la libertad de movimiento para los europeos implica una red densa de fronteras, aduanas y espacios de control para quienes no tuvieron la suerte de nacer en los confines de este territorio.
De forma crítica Woznicki ahonda en todos aquellos controles visibles e invisibles que nacen para proteger nuestra libertad de movimiento pero que a su vez excluyen y limitan los derechos de los no-europeos. Desvela cómo junto a los muros y fronteras que separan a la Europa de Schengen del resto del mundo, aparecen agencias privadas de seguridad, sofisticados sistemas de predicción de movimiento, cámaras, bases de datos, sensores y sistemas biométricos que parametrizan los cuerpos de las personas que quieren cruzar estas fronteras. Un complejo digital militarizado para decidir y limitar la libertad de movimiento de las personas. El autor expone cómo para evitar estos sistemas de control se han ido generando toda una suerte de pasillos seguros que permiten que ciertas élites puedan desplazarse sin tener que pasar por los inconvenientes de aduanas y controles fronterizos. Así sobre el mismo mapa se nos presentan rutas abiertas y cerradas, vías rápidas y lentas, fronteras visibles e invisibles.
El libro dibuja una Unión Europea que es estructuralmente racista, que tiene fronteras digitales instaladas fuera del propio continente para evitar la entrada de personas procedentes del continente africano o del medio oeste. Agencias de fronteras que operan mucho más allá del territorio europeo para minimizar y regular la entrada de personas al continente. En este contexto las personas se vuelven flujos de capital que entran y salen dependiendo de demandas económicas y necesidades del mercado. Se evalúan los cuerpos útiles y se separan de los que pueden suponer una carga económica para los diferentes Estados. Se diseñan sofisticadas herramientas para predecir el movimiento, para calcular las rutas de entrada y salida, para redistribuir cuerpos, para prevenir masificaciones en centros de detención, para gestionar este capital/cuerpo necesario.
Woznicki habla de los movimientos declarados y los que no se pueden declarar. De los cuerpos que nunca son detenidos en la frontera y los que son recurrentemente parados. Los que tienen que ocultarse para moverse y los que pueden desplazarse a plena luz del día. Los cuerpos que son sujetos a técnicas de “seguridad especulativa” y los que son bienvenidos en todos los aeropuertos. Sistemas de vigilancia algorítmica que predicen y definen patrones de movimiento que cada vez tienen un lugar más relevante en los controles fronterizos. Aborda estos nuevos sistemas de seguridad y control reflexionando sobre la cumbre del G20 que tuvo lugar en Hamburgo en 2017 cuando la ciudad fue tomada por fuerzas de seguridad y los canales de movimiento fueron reconfigurados para permitir que líderes mundiales pudieran moverse a su antojo sin cruzarse con quienes como consecuencia habían perdido libertad de movimiento.
La cumbre que fue un verdadero laboratorio de prácticas de seguridad, control y re-organización de la movilidad fue recibida con notable resistencia por parte de colectivos activistas y organizaciones que pusieron en tensión todo el dispositivo policial que rodeaba el encuentro. Alemania que seguía buscando formas de gestionar la llegada masiva de personas tras el verano de 2015 debía mostrar que podía garantizar su poder hegemónico sobre el territorio europeo. Este interesante libro de Woznicki, cruza el ensayo escrito con el ensayo visual, ahonda en las políticas y las estéticas que derivan de estas sociedades de control. Entrelazando textos e imágenes se convierte en un poderoso testigo de unos de los más importantes experimentos diseñados para distribuir libertades y privilegios en torno al movimiento. Analiza y muestra el entramado tecno-armamentístico que regular el desplazamiento de las personas a través del territorio europeo. Sin duda una importante contribución a los estudios visuales y un recordatorio de la violencia estructural sobre la que se sustentan nuestros privilegios.
El mensaje
Artículo publicado originalmente en la Revista BeCult Mayo 2020
Gran parte de las civilizaciones arcaicas creían que sus deidades les mandaban mensajes a través de fenómenos naturales. Se pensaba que detrás de la tormenta, de un incendio, de una plaga, de los eclipses o de las enfermedades, había un mensaje que se tenía que decodificar. Los humanos vivíamos en un mundo trascendente en el que la materia estaba al servicio de los diferentes dioses. Estos la cargaban de energía y significado. Con el advenimiento de la modernidad, y la aparición de las ciencias naturales, paulatinamente dejamos de buscar qué significan las cosas para centrarnos en entender sus causas y consecuencias. Pasamos de vivir en un mundo repleto de mensajes a habitar un mundo mecanicista en el que detrás de los fenómenos tan solo se encontraban razones. Si la temperatura subía, el agua hervía. No había mensaje ni significado, solo causa/consecuencia. Dependiendo de las órbitas lunares la marea subía y bajaba. Si uno entraba en contacto con un virus, podía enfermar. Pasamos de que los fenómenos tuvieran significados a que tuvieran una explicación.
Con la modernidad las cosas dejaron de tener un significado trascendente y se cargaron de explicaciones científicas. Pasamos de la fe a la razón, del mito a la evidencia, de las sensaciones a los hechos. Para facilitar esta transición los humanos creamos disciplinas de conocimiento que se especializaron en entender aspectos cada vez más específicos de la realidad. La biología se encargaría de los seres vivos, la física de los fenómenos naturales, la sociología del comportamiento humano, la virología del comportamiento de los virus, la antropología buscaría entender las diferentes sociedades humanas, etc. Así se crearon ciencias dedicadas a entender los fenómenos naturales y otras dedicadas a la vida social. Unas miraban la natura, otras la cultura. Biología o economía. La realidad, en lugar de verse desde la complejidad se empezó a ver de forma fragmentaria. Cada disciplina desarrolló sus propias metodologías específicas, podía dar explicaciones con múltiples variables y diseñó sistemas de interpretación cada vez más elaborados. Lamentablemente estas formas de análisis por lo general han sido incompatibles entre sí. Con la hiperespecialización perdimos la capacidad de ver el plano general.
Ahora, con la crisis que se ha desatado tras la pandemia de la COVID-19, hay quien quiere rescatar la idea de que hay un ser trascendente que cual deidad, está usando la materia para mandarnos un mensaje. Que hay un significado único que le daría sentido a todo lo que estamos viviendo. Bajo el mantra “la natura nos quiere enseñar algo”, las redes se llenan de voces, memes, imágenes y fotos de jabalís invadiendo parques y jardines. Es tanto el dolor y sufrimiento que se está desplegando a nuestro alrededor, que parece absurdo que no haya una razón o un motivo que lo justifique. Que no exista una intención detrás de los hechos que estamos viviendo. Hay quienes se conforman con creer en alguna de las múltiples teorías de la conspiración que están circulando: alguien tiene que ser culpable de tanta maldad. Hay quien ha puesto toda su fe en el diseño de aplicaciones y en encontrar soluciones tecnológicas o científicas para parar la debacle. Desde aquí dudo que haya un ser que nos quiera mandar un mensaje. Dudo que encontremos una única solución para un problema tan complejo. Pero aun así, me gustaría creer que hay cosas que se pueden aprender de esta catástrofe.
Está claro que las herramientas interpretativas heredadas de la modernidad, se quedan cortas para entender un fenómeno que cruza muchas realidades, tiene demasiadas variables, condicionantes e intereses contrapuestos. Una crisis que pone en crisis sistemas de distribución y de consumo, regímenes alimentarios, intereses farmacéuticos, políticas económicas, límites fronterizos, organizaciones comerciales, intereses financieros, relaciones entre especies diferentes y sistemas de gobierno. Una crisis que pone en evidencia tanto los privilegios de humanos sobre el planeta como nuestra fragilidad como especie.
En la actualidad no hay disciplina de conocimiento capaz de abordar esta complejidad. Por ello necesitamos deshacernos del pesado yugo moderno para elaborar saberes indisciplinados y promiscuos, capaces de abordar este embrollo desde la humildad y la incertidumbre. Aceptar que esta crisis va a afectar a los seres humanos y no-humanos de formas muy diversas y desiguales. Que lo que es un problema para los humanos, es una bendición para las aves. Lo que se presenta como un problema económico a su vez tiene consecuencias positivas para el medio ambiente. Que si no nos organizamos, de esta crisis saldrán muchos perdedores y un puñado de ganadores. Que se va a extender la pobreza y concentrar la riqueza.
La fe ciega en el progreso científico, nos ha hecho subestimar la fuerza de la biología. Nuestro sesgo cognitivo nos ha hecho creer que gracias a la razón estábamos por encima de los otros seres biológicos. Nos hizo olvidar cuán frágiles y vulnerables podemos llegar a ser. La escisión moderna entre natura y cultura se acaba de desdibujar. Somos un elemento más dentro de una cadena de seres que luchan por subsistir. Pensar que los humanos somos independientes y autónomos de la naturaleza, que somos capaces de intervenir y dominarla, nos ha hecho olvidar que siempre hemos sido naturaleza. Somos seres interdependientes cuyas vidas están conectadas de diferentes formas con otros seres y medios. Asumir que no somos sujetos aislados es aceptar una responsabilidad en cadenas de cuidados complejas compuestas de humanos y no-humanos. Nuestra fantasía de dominación del medio para protegernos de sus consecuencias ha hecho que olvidemos que somos parte del mundo del que nos queremos proteger.
El filósofo Timothy Morton acuñó el concepto hiperobjeto para definir estos “objetos” que por su tamaño, complejidad, escala temporal o magnitud, escapan a la comprensión humana. Los residuos de plástico en el ambiente, el calentamiento climático, o la pandemia que nos está asolando serían algunos ejemplos de hiperobjetos. Por muchos modelos de previsión y análisis que hagamos, tenemos que aceptar que no vamos a anticipar ni entender todas las consecuencias que va a dejar tras de sí este fenómeno. Esto, a los humanos acostumbrados a nuestros privilegios epistémicos nos saca de nuestras casillas. Tenemos una necesidad de entender, puesto que nos da la sensación de que así, empezamos a dominar la realidad. Morton, nos recuerda que nunca vamos a comprender estos hiperobjetos del todo. Que nuestros sistemas de conocimiento son muy limitados frente a fenómenos de tal magnitud. Es importante aceptar que no todo se puede saber. Que hay fenómenos que escapan a nuestro conocimiento. Por eso, es esencial no perder la calma y saber habitar la incertidumbre. Aprender a cuidar y a cuidarnos. Aceptar que no todo tiene un significado ulterior. Que nos encontraremos con explicaciones parciales con las que nos tendremos que contentar. Que como aprendimos de Donna Haraway, todos los saberes son parciales y situados. Que frente a esta crisis está claro que las ciencias van a ser importantes, pero igualmente valiosas van a ser las artes, la música, el diseño o la poesía. Probablemente no nos aportarán el significado último a lo que está pasando, pero sí nos ayudarán a darle un poco de sentido a la realidad que nos ha tocado vivir. Nos ayudarán a elaborar respuestas colectivas e imaginar escenarios futuros. A transformar el dolor en esperanza. El malestar en justicia.
Un señoro en movimiento
Pese a que ya hace tiempo que sus obras han dejado de ser populares, Henri Bergson fue uno de los filósofos más peculiares e interesantes del siglo XX. Es uno de esos pensadores bisagra que pendulan entre períodos históricos. Su trabajo pretendía escapar de las formas hegemónicas de entender la realidad de principios del siglo XX marcadas por el racionalismo y el positivismo para dar paso a un mundo más fluido y marcado por flujos de energía. Para el positivismo todo podía ser explicado desde la razón y debía demostrarse a través de experimentos verificables. Para escapar de este modelo mecanicista, Bergson se embarcó en un fascinante viaje que le llevó a explorar la importancia de la intuición como forma de conocimiento, a ahondar en la creatividad como herramienta de transformación y a fascinarse por el funcionamiento del “élan vital”, la energía creadora que aparentemente todos llevamos dentro y que permite que la materia vaya cambiando. En ese sentido, es de los primeros pensadores occidentales que recoge tradiciones de pensamiento no europeas e intenta combinarlas con la metafísica de la época.
Una de sus grandes inquietudes se centra en torno a cómo se relaciona la memoria con la materia. Por memoria entendemos la capacidad de conocer, recordar y actuar; y por materia entendemos la realidad material con la que interactuamos en todo momento. Para Bergson la materia siempre está cargada de algún tipo de energía que al entrar en contacto con el cuerpo, impacta sobre nuestra capacidad de percepción. La luz, el sonido, la temperatura, etc. percuten, o como él dice, afectan a nuestros sentidos que traducen estas percepciones en imágenes. La realidad material se traduce en un sistema de representaciones que se almacenan en nuestra memoria. De esta forma nos relacionamos con el mundo material como si fuera una combinación de imágenes que procesamos y con las que interactuamos. Estas imágenes se almacenan en la memoria y tiramos de ellas cada vez que nos encontramos frente a un objeto material, frente a una nueva situación. Como nuestros cuerpos son perezosos, en muchas ocasiones frente a un árbol, una bombilla o la cara de una persona, tiramos de la imagen que ya teníamos guardada de los mismos para ahorrarnos energía psíquica. Para evitar que estos objetos nos vuelvan a afectar. Dejamos de percibir y frente la materia, tiramos de los recuerdos que ya habíamos generado. Así ese mundo material en constante transformación se hace un poco más estable, más fácil de gestionar.