Ayer, dentro del marco del Interacció 15, me perdí un debate que a priori se presentaba sumamente interesante. Un versus entre Jordi Sellas y Berta Sureda, dos personas a las que respeto y cuyo trabajo intento ir siguiendo. Aparentemente, y según me chiva mi timeline de twitter, parece que el Liceo de Barcelona salió un par de veces en la conversación y eso ha dado pie a que el director de La Vanguardia nos haya estropeado el desayuno con una suerte de columna de opinión que tiene más de pataleta que de reflexión. Se lamenta de que Sureda, y el partido que representa, muestren escaso interés por lo que llama la “alta cultura” y que pertenezcan al clan de los que “se defienden de su incapacidad de disfrutar de las bellas artes”. LOL
No es nuevo que la derecha se agarre al debate de alta/baja cultura y hagan de ello bandera. Ese juego lo controlan bien, no es de extrañar puesto que lo llevan practicando desde que Matthew Arnold escribiera “Cultura y Anarquía” en 1869. Sacar a colación este debate es una buena estrategia para evitar que fijemos la atención en el problema real. Lo que aquí está en juego no son los contenidos del Liceo, si son mejores o peores, si son alta o baja cultura. Ese debate es un entretenimiento de primero de políticas culturales que no da mucho de sí. El problema del Liceo no es cultural, es un problema político. El problema del Liceo es que es una institución clasista que, pese a estar financiada con dinero público, reproduce desigualdades. El problema del Liceo tiene que ver con lo mal remunerados que están algunos de sus trabajadores. El problema del Liceo reside en que estructuralmente es un aparato diseñado para producir un acceso desigual a la cultura. El problema del Liceo, en definitiva nos lleva a preguntarnos, ¿deberíamos sufragar una institución pública que estructuralmente se presenta como una entidad antidemocrática? El problema del Liceo no es la ópera, el problema es el propio Liceo.
Reproducir el debate alta/baja cultura a estas alturas es cansino pero útil, sirve para que no nos fijemos en cómo operan las estructuras de poder, en cómo las instituciones producen sujetos de clase, en cómo ciertas formas de desigualdad pueden ser reproducidas por el simple diseño espacial. Sirve para que no hablemos de redes de camaradería y tramas de corruptela. Sirve para que nos quedemos en lo discursivo y no podamos enfrentarnos a las transformaciones materiales que requieren instituciones que financiamos entre todas pero que pertenecen a unos pocos. Transformaciones necesarias para que nuestras instituciones sean transparentes, estén libres de chanchullos y favores entre amigotes, pero de forma más importante, sean lugares accesibles para todas y todos, independientemente de cuánto cobren cada mes. Aquí no estamos hablando de alta y baja cultura, estamos hablando de democracia, de derechos y como no, de cómo acabar con un sistema de privilegios y una máquina de producir desigualdad.