Es de sobra sabido que el proyecto Nativa no está pasando por su mejor momento. En los últimos meses, este espacio de crítica y reflexión cultural ha visto cómo los ingresos que recibía en forma de subvención pública se han reducido dramáticamente, poniendo en crisis la sostenibilidad del proyecto. Nativa es una víctima más de unas políticas culturales que, con sus miras estrechas, se empeñan en priorizar unas industrias culturales que además son inexistentes, y van dejando caer por el camino proyectos de carácter crítico, experimental o que resultan menos vistosos o fotogénicos en términos de marketing de ciudad. Unas políticas culturales que priman la inmediatez y lo espectacular, y que en su desarrollo están presas en la nostalgia de una economía de la cultura que nunca llegó a ser (esa que tenía que estar plagada de emprendedores e industrias creativas). Unas políticas culturales que recelan de todos aquellos proyectos ingobernables que producen saberes críticos, fomentan debates, cuestionan hegemonías y transmiten inquietudes.
Nativa ha conseguido congregar en torno a su proyecto a algunas de las personas que más admiro y a las que más leo para entender el presente de la cultura. Ha contado con colaboradoras y colaboradores de la talla de Lucía Lijtmaer, Marina Garcés, Rubén Martínez, Nando Cruz, Elena Fraj, Xavier Cervantes, Aida Sánchez de Serdio, Ramón Faura, y con una lista larga de articulistas, activistas, pensadores diletantes y bárbaros de la cultura entre los que he tenido la suerte de poder estar en alguna ocasión. Personas que encarnan prácticas diferentes y con las que no siempre estoy de acuerdo. Personas comprometidas con la crítica cultural. Así, una de las cosas que más aprecio del proyecto Nativa es que ha conseguido zafarse de una de las tiranías contemporáneas a las que se enfrenta cualquier medio en el que se escriba sobre cultura: en todo momento Nativa ha evitado que las opiniones publicadas en ese medio buscaran la polémica o la controversia fácil. Es más, siempre se ha evitado con elegancia crear titulares engañosos o alarmistas que roben con malas artes la atención de unos navegantes ya abrumados por historias y reclamos. Está claro que, en la economía de los clicks, es más rentable ser un trol que da bastonazos que empeñarse en afinar un análisis en profundidad. Nativa es austera, sincera y de digestión lenta. Y todo ello es de agradecer.
Del mismo modo, en un momento en el que la crítica cultural, tanto de derechas como de izquierdas, ha perdido todo interés por el análisis político y ha optado por entregarse al juicio moral, se agradece que las páginas de Nativa no estén repletas de esos ejercicios de escarnio públicos, ni de esas acusaciones de falta de compromiso que últimamente vemos y que se expresan rotundamente, como si trabajar en cultura estuviera libre de contradicciones. Este reciente fenómeno es tan goloso como inútil. La derecha se ha hecho fuerte en la defensa de los valores tradicionales y desde allí lanza su ataques y libra sus guerras culturales, destinadas a fijar sus privilegios y a definir claramente quién está del lado de la norma, de lo normal. La izquierda cultural, por su parte, se ha obsesionado con conquistar la hegemonía en lugar de retarla, en lugar de poner en evidencia su pretendida normalidad, en lugar de desacreditarla, criticarla y hacerla pedazos. Para ello, la crítica cultural de izquierdas se ha metido en un pozo sin salida: el juicio moral de la cultura. De pronto, un baremo invisible determina quién está suficientemente comprometido/a con la causa y a quién hay que mandar a arder. Lamentablemente este juicio no tiene otra base que el subjetivismo más miope y desenfocado. En lugar de realizar un verdadero análisis cultural, se ha hecho fuerte la crítica que se basa en las apariencias y las formas. Por suerte, la política de la cultura va más allá de lo que enuncia, de lo que aparenta, de lo que denuncia. Pero la moralina esto no lo ve, absorta como está con dar zascas y emitir juicios sumarios.
Necesitamos más espacios que incentiven la crítica cultural, que promuevan el análisis, que generen debates informados y constructivos. Espacios que permitan un acompañamiento crítico a los procesos políticos institucionales. Nativa ha sido uno de ellos, por eso es importante cuidarlo. La crisis que atraviesa este proyecto ha propiciado que se abra un debate en torno a su forma de organización y gestión. Se está tanteando un modelo de organización de base cooperativa, un experimento empresarial y de gestión cultural. Ahora necesitan de nuestro apoyo para afrontar esta transición y el rediseño de su modelo operativo. Es un gesto valiente y un importante paso adelante. En este momento de decepción con la cultura institucional, de falta de visión y definición de políticas culturales y del auge de la crítica cultural trol y moralista, resulta crucial reforzar espacios desde los que pensar, debatir, analizar y producir cultura. Podemos contribuir a financiar este cambio de rumbo. Es importante apoyar el proyecto Nativa. Es necesario cuidarlo. Es crucial mantenerlo. Es importante mimarlo.